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La lección de anatomía: un clásico de la escena porteña que no pierde vigencia

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Por Laura Calle Rodriguez. En 1972, cuando el presidente de facto Alejandro Lanusse comandaba el país, se abría paso entre la barbarie, casi sin pedir permiso y para brindar una lección de amor. Iba a ser una obra teatral no convencional que se presentaría por única vez, para un congreso de psicología psicosomática en el hotel Sheraton. Pero la historia fue diferente, se mantuvo más de 35 años ininterrumpidos en cartel. Con la dirección y textos de Carlos Mathus, "La Lección de Anatomía" asomaba como la obra de teatro independiente, surgida de un colectivo de ignotos actores -muchos de ellos rosarinos- que logró batir más récords de permanencia que "Cats", el multipremiado musical del inglés Andrew Lloydd Webber, para sellar una de las páginas más importantes de la historia del teatro argentino.

Los motivos que la llevaron a convertirse en un clásico de la escena porteña son tantos y tan variados que parece imposible encontrar un único móvil. Durante muchos años, se la conoció como la obra en la que los actores se presentaban completamente desnudos. Es cierto que, en la dictadura militar, esto era motivo más que suficiente para ser levantada de cartel, en el mejor de los casos. Sin embargo, y contra todo pronóstico, la obra continuó presentándose -con irrupciones militares diarias en las funciones- por más de treinta años. Incluso, llegó a presentarse en varios países simultáneamente.

Hoy, a más de 46 años de su estreno, y con 100 funciones en esta temporada, "La lección de Anatomía" continúa más vigente que nunca y se presenta todos los fines de semana en el teatro Buenos Aires, de Corrientes y Rodríguez Peña.  

En 2017, tras superar algunos obstáculos, entre ellos el fallecimiento de Mathus, quien ya había seleccionado a sus actores para la gran vuelta, y a pesar de las adversidades, se presentó, luego de casi diez años, ésta vez con la dirección de Antonio Leiva, actor del elenco original, compañero de Mathus y director repositor en distintos países. 

La obra es una muestra  del ser humano y su lugar en la sociedad, del miedo a la muerte, la soledad, las frustraciones, los fracasos, la autodestrucción. Sus nueve escenas: La recuperación de los sentidos; La libertad del amor; Como se programa una persona; La soledad; Yo estoy bien si ustedes están mal; La obligación del éxito, La justificación del fracaso “Si no fuera por eso…”; El método para la autodestrucción y el reconocimiento logran provocar en el público las más variadas sensaciones.

Es una hora y media en la que los actores dejan todo -literalmente - arriba del escenario, desde la ropa hasta su alma. El público se retira de la sala en silencio. Afuera se escucha a alguno comentar el estado físico de los actores (la obra finaliza con veinte minutos de footing); otros mencionan que alguna de las escenas son un deja vu de su propia vida. Lo cierto es que el que ingresa a la sala no es el mismo que el que se retira. Provoca en los espectadores algo inexplicable, ya sea aversión, pena o melancolía. Mathus era un gran provocador, claro; y al salir del teatro Buenos Aires uno entiende por qué esta obra pudo permanecer tantos años de manera inalterable en cartel. No es el desnudo, es algo que va más allá de eso. Es recordar, es soñar, es permitirse por un momento ser uno de los actores; es identificarse con ellos porque, si bien fue escrita en 1972, su texto está tan vigente que tal vez eso sea lo que lleve a la tristeza. Los años pasan y nada cambió, o sí pero se cometen los mismos errores; se lucha por un salario más elevado para “ser alguien” y en esa búsqueda se va perdiendo un poco la vida. Porque cuando los sueños finalmente se cumplen uno se pregunta si realmente logró lo que quería o simplemente era el deseo de una sociedad que empuja a que uno se convierta en lo que ella misma quiere. “Es una lección de amor. Ellos son nosotros, son un reflejo de todos. Nos muestran la miseria, el desamor, la compasión, el bullying, la empatía y cómo el amor es lo único capaz de salvarnos. Es un espejo de nosotros, de toda la sociedad y por eso hace más de 46 años que el público nos acompaña”, cuenta Leiva.

Florencia Bario, Luciano Heredia, Verónica Romero, Alejandro Melgarejo, Omar Ponti, Samir Cuesta, Yamila Gallione y Nicolás Breda son ovacionados de pie. Son ese reflejo de la sociedad. Logran provocar algunas risas y muchas lágrimas. Desnudan su alma y en cierta manera la del público, por eso el plauso eterno. Para Carlos Mathus, ese gran provocador que logró escribir una obra que puede cambiar la concepción que uno tiene de la vida. Porque definitivamente quien ingresa a ver La Lección de Anatomía, no es el mismo que se va. La vigencia de este clásico continúa. El público seca sus lágrimas, Mathus sonríe desde alguna parte; el telón cae una vez más. Misión cumplida.