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FERIA ARTESANAL DE PLAZA FRANCIA: TRABAJO, ENTRETENIMIENTO Y TRIBU URBANA

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Por Ezequiel Muises y Agustín Vicente. Fierros, maderas, sogas, toldos. Salen del camión que guarda la feria durante la semana. En realidad los sacan, Fredy y su familia, descargan lo que sería el esqueleto de la feria. Todo tiene una función, y Fredy y sus empleados, que son todos parientes suyos, saben cómo hacer casi de manera automática cada movimiento para que cada cosa este en su lugar. Así toda la noche transcurre dándole forma a lo que para muchos es más que un trabajo, también es una elección de vida.

De a poco, se hace de día, los techos y las tablas dan la terminación a los “esqueletos de fierro”, y los artesanos comienzan a llegar de manera paulatina. Primero los más veteranos, que eligen llegar con tiempo para acondicionar su puesto, tomar un mate o un café, charlar con sus compañeros de tantos años y tantas aventuras defendiendo el espacio que se gano luchando contra una burocracia que no entiende de necesidades cuando el trabajo y la libertad empiezan a mezclarse.

El primero en llegar, Willy. Un hombre de casi 80 años, vestido de blanco. Con pelo largo blanco. Y vende ropa blanca. Se baja de un taxi con 4 bolsos apilados, que no se sabe como loas metieron en el coche por el tamaño que tienen. Pero lo hace cada semana, desde hace mas de 20 años. 

Cada feriante que llega, saluda uno a uno a sus compañeros. Los perros que pasean con sus dueños se van acercando a ver si en algún descuido logran llevarse una factura o torta frita. En ese momento un artesano de rastas hasta la cintura le da un sanguche de miga a un coker. Mientras desde la entrada de la feria los turistas empiezan a asomarse para ver si ya está listo el “circo de artesanías”.

Cerca del mediodía, ya el pasillo tiene colores. Las maderas se cubrieron con telas y se convirtieron en mostrador. Las lonas se pusieron sobre los esqueletos de fierros y se convirtieron en techos. Toda una plaza se convirtió en una de las ferias más grandes del  país.

Son las 2 de la tarde y los panes rellenos se pasean entre los turistas. Hay un puesto que todavía no se convirtió. Sigue siendo  un esqueleto de fierros con una tabla y una lona arriba. Pero llega Juancito. Muy tranquilamente y sin apuro en sus “alpargatas veloces”, con una camisa de mujer arremangada. Tiene una mochila llena de frascos y artesanías hechas en macramé. Y le viene a dar vida al puesto que quedaba.

De pronto se suman los artistas callejeros que le dan música al ambiente, y los grupos de gente que se sienta en el pasto a tomar mate. Dos feriantes arman una mesa de ping pong. De medidas profesionales, dicen. Así se forma una ronda alrededor de canchita, como si fuera un fogón que llama a todos a acercarse.

Para esta hora, el coqueto barrio de Recoleta, ya está poblado por alrededor de 400 personas que convirtieron a la Plaza Intendente Alvear, más conocida como Plaza Francia, en un lugar de trabajo y recreación. Donde todos se sienten dueños de un espacio, y parte de algo que los incluye y los respeta. Una tribu.