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SENEGALESES E INMIGRACIÓN EN ARGENTINA: UN CAMINO LLENO DE ESPINAS

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Por Guadalupe Aguirre y Martín Bugliavaz. Argentina desde sus orígenes ha surgido de la inmigración y de la diversidad cultural. El término de “crisol de razas” sin demasiado cuestionamiento ha sido legado de generación en generación y fue utilizado tanto por dirigentes políticos como por el resto de la ciudadanía para describir una nación supuestamente atravesada por la armonía y por la integración intercultural sin colisión alguna. Pero, ¿aplica hoy ese concepto para todos los inmigrantes que llegan a la Argentina? Si esa pregunta se le hace a cualquier integrante de la comunidad senegalesa en el país, seguramente la respuesta será negativa.

Ndathie nació en Senegal y llegó a la Argentina a sus 22 años, hace ya más de una década. Hoy es uno de los principales referentes de la comunidad senegalesa en el país y su relato inexorablemente se aleja del concepto que intentaron hacernos creer: el de un territorio heterogéneo donde el conflicto brilla por su ausencia. 

“Muy pocas veces se habla del aporte cultural o intelectual que traen los migrantes al país, en particular los africanos o los senegaleses”, señala, quien además asegura que los medios de comunicación tienden a difundir noticias que vinculan a la inmigración con la delincuencia o con todo tipo de violencia. Algo que, desde su experiencia, se distancia de la realidad y que, a su vez, complejiza la integración de los migrantes en la sociedad.

M, un senegalés que vino a la Argentina proveniente de Thiès que no quiso revelar su identidad, asegura que lo que los medios dicen de la comunidad senegalesa no es cierto: “Las noticias que dicen que la comunidad senegalesa es una mafia son mentira. Ni tienen pruebas. Cada uno vino acá por su propia cuenta y no tiene jefe ni trabaja para nadie, yo a veces escucho eso en la tele y es pura mentira. Cada senegalés que vos ves en la calle trabaja con su propia mercadería y si vende, vende para él”.

Las declaraciones de M se ven reflejadas en La Plata, donde la Secretaría de Convivencia y Control Ciudadano del municipio presentó una denuncia ante el Juzgado Federal N°1 por la “posible comisión” de los delitos de trata de personas, asociación ilícita, falsificación y reproducción de marcas, evasión tributaria y encubrimiento de contrabando. Ante tal acusación, la comunidad senegalesa respondió y denunció al municipio por “racismo y persecución”.

El camino de los senegaleses en la Argentina no sólo es extenso y tedioso, sino que se encuentra colmado de obstáculos creados por la misma violencia institucional que vulnera sus derechos, como lo es tener la documentación que les permita acceder a un trabajo formal. “Todos los senegaleses tenemos problemas con el documento, es el primero que tenemos cuando llegamos a la Argentina”, explica Adama, un senegalés oriundo de Diourbel que hoy trabaja como barbero en un local de Once que pudo alquilar gracias a que un familiar le prestó su DNI, pero que supo lo que es luchar diariamente por el pan en las calles de Buenos Aires.

Y aunque lo que cuenta Adama parece menor teniendo en cuenta la cantidad de senegaleses que viven en la Argentina —mínimo 2.000 según la Comisión Nacional de Refugiados (CONARE)—, en realidad no lo es. Porque tramitar el DNI es una verdadera odisea que antes de terminar en la Argentina suele incluir a Brasil, el único país sudamericano que cuenta con una embajada senegalesa en su territorio. En la Argentina, al no haber relación migratoria con Senegal, los senegaleses terminan optando por arribar al país o como refugiados o como turistas aunque no lo sean, porque así se acelera la tramitación del DNI, que igualmente sigue siendo compleja y los obliga a renovar cada tres meses la residencia transitoria hasta obtener la residencia permanente.

Ndathie forma parte de la Asociación de Residentes Senegaleses en la Argentina (ARSA), desde la cual orienta a sus compatriotas en lo referente a la cultura local y a la reglamentación, además de brindar asesoramiento de toda índole para lograr una integración óptima con el resto de la población. Es así que ARSA ocupa un rol que hasta el momento ninguna institución gubernamental ha sabido o siquiera le ha importado satisfacer, y con relación a eso afirma: “Si el Estado implementa políticas de desarrollo, de inserción y de inclusión con respeto a la diversidad, con la juventud y las ganas de trabajar que tenemos podemos llegar a una solución rápidamente”.

Si como sociedad de la tierra del crisol logramos tomar conciencia de una vez por todas de que migrar no es delito —y que seguramente más de un antepasado nuestro lo ha hecho—, podremos comprender el nuevo ADN argentino y ayudar a construir políticas a futuro más humanitarias. Porque, en definitiva, un país se piensa a futuro pero se edifica desde el presente.