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Pandemia en primera línea: encargados de mantenimiento eléctrico hospitalario

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Por Federico Madeo y Pablo Silva. Siete de la mañana. Suena el handie. “Mantenimiento eléctrico, me copia”, implora la persona desde otro dispositivo de ondas electromagnéticas. El pasillo del cuarto piso, zona de unidad de terapia intensiva, se queda sin iluminación. Hay que salir al rescate. Pero no cualquier rescate. Por estos tiempos se le suma a la vestimenta oficial de trabajo, camisolines, barbijos N95, guantes, gorro para el cabello y todo material descartable para protegerse del coronavirus. 

El tablero seccional de piso tiene una falla en un interruptor termo magnético. Desde la otra punta del pasillo un doctor grita: “¿y? Para cuando vuelve la luz, también nos quedamos sin iluminación arriba de las camas”. La presión está latente. Un error. Una falla. Un “no sé qué pasó” puede costarle caro al equipo de trabajo de mantenimiento eléctrico. Luego de diez minutos de trabajar sobre el desperfecto y habiéndolo solucionado, el personal eléctrico se retira. Y tampoco es cualquier tipo de retiro. En la salida a la escalera principal, los espera un enfermero para ayudarlos a quitarse toda la protección anti coronavirus. Todo a parar a la basura de residuos patogénicos. Todo para prevenir un contagio comunitario con sus compañeros. Están en la primera línea, junto a los médicos y enfermeros. Son la otra cara del día a día en este Sanatorio recientemente inaugurado del barrio de Caballito. 

Sergio Sosa es el encargado de toda la plantilla de trabajadores eléctricos para el sanatorio. Son más de diez. Repartidos entre guardias diurnas y nocturnas. Si el virus no descansa ellos tampoco. “Tuvimos que reforzar las guardias porque no dábamos abasto, pero estoy orgulloso de mi grupo de trabajo. Somos un rubro que no es muy reconocido por la sociedad y por los medios, pero estamos ahí al pie del cañon”, remarca Sosa. Todo inconveniente eléctrico requiere de una celeridad extrema a la hora de solucionarlo. Sin alimentación eléctrica no funcionan ni la iluminación ni los tomacorrientes. Ni los poliductos de las unidades de terapia intensiva. Ni los quirófanos. Ni la sala de esterilización. Ni el laboratorio. Ni los equipamientos médicos como el tomógrafo o la sala de rayos X. Por suerte el Sanatorio cuenta con los equipamientos de emergencia como grupo electrógeno y UPS, que ante un corte de energía por la compañía prestadora del servicio están cubiertos. 

Horas del mediodía, del tan ansiado descanso para el almuerzo. Vuelve a sonar el handie con el bendito llamado al rescate. Una habitación doble del sexto piso, con internados por coronavirus, se queda sin alimentación en el tomacorriente que va enchufada la televisión. Sosa tiene que mandar a uno de sus “pollos” para solucionarlo. De vuelta la misma trama: llegada al piso, colocación de los elementos de protección, pero esta vez al estilo astronauta espacial. Hay que entrar a la zona de riesgo. De contacto estrecho con personas contagiadas. No había ninguna falla en el tomacorriente. Solamente mal enchufado. También deben lidiar con ese tipo de situaciones y arriesgarse de igual manera. 

“Para mí es un orgullo ser la cabeza de este grupo de chicos. Muchos con familia. Con obligaciones. Y vienen a poner el pecho, porque necesitan el mango y muchos porque creen que dar una mano ahora es clave”, acentúa Sergio Sosa. En el día a día se apoyan mutuamente. Son su propio sostén. Al comienzo de la pandemia había más temor que ahora. Pero los riesgos siguen estando presentes. Más sabiendo que existen los asintomáticos. Ya hubo contagios en el plantel eléctrico. Sin embargo, ahí siguen: a las siete de la mañana se cambian en la “covacha”, compartiendo algún mate cocido con pan casero y facturas. Y comienzan su día al compás del sonido del handie. Para que los médicos y enfermeros puedan hacer su trabajo. Para que ningún paciente se quede sin ningún servicio alimentado por la energía eléctrica.