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Músicos del under: el complejo recorrido para acceder a un escenario

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Por Federico Molina. La falta de espacios para los artistas en Capital Federal y la difícil tarea de subsistir en un circuito que durante los noventas fue la cuna de las grandes bandas de la actualidad, es el foco de la nota que se publica a continuación.


El movimiento under en la década del noventa

El auge de la música under independiente encontró su mayor esplendor en Capital Federal durante la década del noventa, parecía inagotable la cantidad de bandas, géneros musicales y lugares para ir a ver las bandas. Había desde lugares grandes a intermedios y con buen sonido (Teatro Arlequines, Cemento, El Dorado, Dr. Jeckyll, Whisky A Go Go, por ejemplo) hasta los vulgarmente llamados “antros”, que podían ser los cuartos de una casa transformados para que toquen bandas (La Aldea, Vegeta) o un sótano de un bar pequeño (Remember, Hipólito Rock, Celta Bar, por nombrar solo algunos), se calcula que en ese momento, solo en Capital, eran casi 80 los escenarios posibles para ver bandas under.

Cientos de bandas por fin de semana, bastaba ver el suplemento Si, que editaba el diario Clarín todos los viernes, para ver la gran oferta de espectáculos under. Nadie durante este tiempo pensaba en medidas de seguridad y mucho menos en una tragedia o algo similar, el grado de inconciencia colectiva que existía respecto a esto, entre los que frecuentaban estos lugares, era moneda corriente.

El estigma Cromañón

Pero como a todo auge lo acompaña su posterior caída, eso fue lo que comenzó a pasar, primero con la gran crisis económica del 2001, que dejaba al país sin esa burbuja llamada “el uno a uno”, que a muchos músicos (under y mainstream) favoreció durante años, ya sea por los costos bajo de producción como por el fácil acceso a viajar y grabar en otros países en búsqueda de una mayor calidad de sonido. Y segundo y más terrible, la tragedia de Cromañón (el 30 de diciembre de 2004), que podría verse como “el fin de la inocencia” o un quiebre generacional. Hay un antes y un después de Cromañón para la sociedad, y dentro de esa sociedad, claro, estaban todas las bandas under.

El siguiente año (el 2005), debe haber sido el más duro para el movimiento under. Para empezar, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, ante la duda, comenzó a clausurar sistemáticamente todos y cada uno de los lugares que existían para tocar, desde los más grandes a los más pequeños, literalmente todos.

Era tal el miedo del gobierno que ocurra una nueva tragedia que ese pánico llevó a una situación de persecución tal, al cabo de días, no había lugares a donde salir, ni los bares estaban a salvo de esto.

Luego de meses, con el pedido de reformas a los locales (la incorporación de salidas de emergencia, señalización correspondiente, extintores, la restricción en la capacidad de concurrentes, etcétera) para poder ser habilitados nuevamente, poco a poco fueron abriendo nuevamente algunos locales, pero muchos luego de esto, prefirieron o bien cerrar o directamente solo funcionar como bares, evitando los shows en vivo, que requerían mayores modificaciones e inversión.

La situación en la actualidad

La falta de escenarios llevó a la separación de muchas bandas durante este período, ya que grabar y solventar eso, se había vuelto muy difícil desde la caída del gobierno de Fernando De La Rua y el único recurso que las bandas tenían, era tocar y vender merchandising en sus shows, ahora bien, sin shows no había futuro para muchas bandas y estaba espiral descendiente llevó a muchas a “tirar la toalla” y separarse.

Llegamos a nuestros días, año 2017 y la pregunta es: ¿mejoró la situación para los artistas under de CABA?. La respuesta es un “ni”, ni sí ni no, un poco de ambas.

Primero, es notable como bajó el número de bandas en relación a los años noventa y, por otro lado, el cambio en cuanto a géneros que ahora emerge desde el under porteño. Durante los últimos diez años aproximadamente, la mayoría de los artistas que surgen del under y que logran tener reconocimiento, traen propuestas más pop, con bases en la electrónica, en el uso de pistas y poco uso de instrumentos, pero alguien se preguntó ¿por qué se dio este cambio?, una de las respuestas posibles está ligada directamente a la falta de lugares para tocar para bandas de géneros que basan su sonido en el volumen, las guitarras fuertes y una propuesta artísticamente menos complaciente. En este marco, los artistas under hacen lo posible para seguir adelante y poder mantener una carrera.

Adaptarse para sobrevivir 

“Conseguir lugares en Capital Federal para bandas que tocan con batería y usan distorsión, está muy difícil”, comenta Nicolás Olivieri, de 31 años, guitarrista, compositor y productor de Nadin, banda de Buenos Aires que fusiona el punk californiano con elementos del pop y el rock alternativo. Sentado en su casa del barrio porteño de Coghlan, donde más que una casa parece un museo de los años ochenta: hay posters de la película “Volver al futuro”, un arcade original, colección de vinilos de The Police, The Clash, bandas sonoras, imágenes a escala de Mario Bros y el malvado Darth Vader, el villano de Star Wars, pero lo más llamativo, es la cantidad de skates y patinetas de todo tipo, color y diseño que tiene colgadas por toda la casa: “me gusta coleccionar patinetas y skates, ¿se nota? (risas)” y agrega, volviendo al tema de las bandas under y la falta de escenarios: “El problema con los lugares para tocar en Capital Federal viene por varios lados, primero, por los arreglos económicos que proponen: Entradas caras, tener que vender anticipadas y rendirlas para ellos asegurarse el número mínimo de concurrencia, además de que en los lugares, lo que más ganancia deja es la barra y lo que se consume, y de eso vos no ves un peso”, para un instante, se queda como procesando sus palabras, y continua: “el segundo gran problema es que, si bien hoy hay unos cuantos lugares para ver bandas en CABA, la mayoría no aceptan bandas de rock o si las llegan a aceptar, es porque son conocidos de ellos. Y te digo de rock porque ni hablemos de bandas punk, heavy metal y géneros más extremos, ahí las posibilidades se reducen aún más, así que, al menos en nuestro caso, terminamos tocando en un circuito reducido a 3 o 4 lugares en los que vamos rotando”.

Nicolás tiene colgados en la entrada de su casa cinco cuadros, con los posters de las giras internaciones que realizó con Nadin: “El realizar giras por el exterior fue una consecuencia directa de esto que te contaba, acá tocábamos todo el tiempo dentro de un mismo circuito de bandas y lugares, cada tanto probábamos tocando en provincia, pero es difícil la movilidad para el público y se volvía contraproducente. Así que un día me puse a contactarme con bandas de Estados Unidos vía Facebook, y con la ayuda de un productor amigo, pudimos montar nuestra primera gira por USA. Descubrir que se podía girar por el exterior, y mejor aún, que nos pagaban por hacerlo, nos salvó como banda”. Actualmente Nadin acaba de finalizar su tercera gira de cinco semanas por Estados Unidos, y en los últimos años, estuvo de gira también por Japón, Chile y Brasil.

Un oasis en el desierto

Sacha Manzur, además de ser músico, es el dueño de Multiespacio Korova, un centro multidisciplinario que combina artistas en vivo, exposiciones de todo tipo, teatro, stand up, fotografía, visuales y un hermoso patio con una pantalla que proyecta videos, a la vez que el DJ de turno pasa música. “Como músico siempre tuve el problema de conseguir lugares en Capital, además de tener que lidiar con las malas condiciones de sonido de muchos recintos y por, sobre todo, de la exigencia de vender una determinada cantidad de entradas anticipadas, cosa que para mí y para muchos músicos, resulta tedioso e injusto, o sea, somos artistas, no una productora. Todo eso aprendido desde mi lugar de artista, me llevó a proyectar y plasmar lo que es hoy Korova, un lugar de artistas para artistas”.

Sacha tiene 35 años, es una persona agradable, con gran sentido del humor y con la sensibilidad de artista a flor de piel, no es el típico dueño de un local para tocar que solo piensa en la ganancia del día y no le importa el artista: “Lo monetario es importante, sin ganancias es insostenible cualquier tipo de negocio, pero no por eso vas a resignar lo artístico ni a explotar a los músicos. En Korova trato de darle lugar a todos aquellos que tienen necesidad de expresarse, no solo músicos, artistas en general digo, acá pueden exponer fotógrafos, hacer teatro, organizamos noches temáticas por lo general. Los miércoles tenemos ciclos de música, los jueves hay dj’s pasando música y organizamos los “open mic”, que se trata de darle 15 minutos a músicos, poetas, gente de stand up, que vienen, se anotan y comparten su material al público. Los fines de semana tenemos shows en vivo, por lo general 3 o 4 por noche, a la vez que funcionan las exposiciones y tenemos el patio lleno de gente pasando un buen rato con amigos, tomando algo y escuchando música, la intensión es esa, dar varias opciones dentro de un espacio, por eso somos un multiespacio”.

El público que no se siente identificado

A muchos consumidores de artistas con un perfil extremo (léase Heavy Metal, Trash, Speed Metal y todos los derivados del género, Punk, Rock progresivo, etcétera) se les hace muy difícil también poder encontrar lugares donde conocer o ver bandas de su interés musical: “Antes de Cromañón, me pasaba todos los fines de semana viendo bandas, íbamos de un recital en Cemento a Die Schule o al centro a ver bandas nuevas, conocías bandas, te llevabas el demo y muchas de esas, después terminaron teniendo éxito, sin ir más lejos, Catupecu Machu tocaba todo el tiempo en Cotton Club, que ya no existe, y de ahí pasaron a Cemento y siguieron creciendo, pero eran una banda como cualquier otra que tocaba por todos los lugares clásicos del under”, comenta Marcelo Díaz, actualmente comerciante y conductor de radio eh FM Fribuay de Ramos Mejía. “¡En los noventas encontraba bandas que me identificaban, igual había de todo tipo, ojo!, siempre hubo bandas pop, como ahora, pero había propuestas para todos los gustos, hoy en día, es muy difícil ver bandas de rock en vivo, porque los lugares son contados con los dedos de la mano”, agrega.